DOI 10.32870/vinculos.v0i10.7705
Lecturas
Repensando a las revoluciones: Revolución, una historia intelectual de Enzo Traverso
Perla Berenice Díaz Carrera1
Universidad de Guadalajara1
Resumen
La presente lectura aborda las múltiples dimensiones de las revoluciones descritas por Enzo Traverso en su libro Revolución y la complejidad de su definición en nuestro contexto sociopolítico actual, así como explora la pertinencia histórica propuesta por Traverso sobre conceptos y categorías histórico-políticas en Revolución y Las nuevas caras de la extrema derecha, publicado en el 2018. Finalmente, se enfatiza la relevancia de la obra de Traverso para el pensamiento histórico y político en el siglo XXI y, sucesivamente, la creación de nuevas formas revolucionarias.
Palabras clave: revolución, comunismo, populismo, posfascismo.
Abstract
The following paper tackles the multiple dimensions of revolutions described by Enzo Traverso in his book Revolution and the complexity of its definition in our current sociopolitical context, as well as it explores the historical pertinence proposed by Traverso about historical and political concepts and categories in Revolution and The New Faces of Fascism, published in 2018. Finally, it emphasizes the relevance of Traverso’s work for historical and political thought in the twenty first century and, successively, the creation of new revolutionary forms.
Keywords: revolution, communism, populism, postfascism.
Revolución, comunismo, fascismo, liberación, libertad, entre otros tantos conceptos utilizados para pensar sobre política, son fácilmente tergiversados y usados a la ligera. Surgen en el siglo XIX, se consolida su definición en el siglo XX, y en el siglo XXI pierden su significado, al ser comúnmente repetidos para nombrar fenómenos nuevos y apropiados en todos los campos. Enzo Traverso, historiador italiano y profesor de la Universidad de Cornell, Nueva York, aborda esta ambigüedad y dedica su obra, en gran parte, a las ideas políticas del siglo XX, su transformación y su memoria colectiva. En el 2021, publicó su libro Revolución: Una historia intelectual, donde crea, según el concepto propuesto por Walter Benjamin (a quien cita recurrentemente en el libro) una constelación: una categoría para pensar algo abierto y complejo, evadiendo las fragmentaciones y, en este caso, comprendiendo la historia mediante el uso de imágenes articuladas, con múltiples dimensiones y una continuidad quebrada, no lineal. Este es su segundo libro donde aborda la multidimensionalidad y la transformación de formas e ideas políticas. En el 2018, publicó Las nuevas caras de la derecha, libro que tuvo el objetivo de esclarecer las diferencias entre los fascismos del siglo XX con las nuevas extremas derechas del siglo XXI.
Traverso explica que nos encontramos en un nuevo régimen de historicidad después del derrumbe del Muro de Berlín en 1989, lo llama “mundo neoliberal”. En este régimen, el capitalismo se naturaliza, por lo que pensar alternativas a él, se vuelve casi imposible. Este cambio en la conciencia histórica obliga a una recontextualización de los términos viejos con los que pensamos la política. En este mundo neoliberal, la realidad ha progresado más rápido de lo que la teoría ha podido explicar. Hugo Zemelman, en su artículo “Pensar teórico y pensar epistémico” (2005), señala que en el pensamiento epistémico los conceptos deben tener una vigencia más allá del contexto en el que fueron construidos; necesitan, dice, tener una pertinencia histórica, la posibilidad de construir a partir de ellos, de que crezcan al ritmo al que crece la historia y al que cambia nuestra realidad. Los conceptos que son creados por la teoría tienen que adaptarse a nuestras condiciones sociohistóricas. La pertinencia histórica es clave para su elaboración crítica.
Revolución tiene como objetivo resignificar el concepto de la revolución para comprender nuestro contexto social, histórico y político—así, inventando nuevos modelos revolucionarios. Esto no significa, sin embargo, dejar atrás las experiencias históricas revolucionarias: las revoluciones contienen en su esencia las luchas y experiencias de sus ancestros, señala Traverso; el pasado interactúa con el presente, como dice Walter Benjamin, con la interacción entre ambos formando una constelación.
Traverso, entonces, critica la manera en la que se piensan las revoluciones en el siglo XXI, causando que el mismo concepto se vuelva ambiguo y confuso al utilizarse como sinónimo de un cambio en casi cualquier disciplina; incluso, definir revolución sólo como una ruptura social y política es insuficiente: las transformaciones que siguen de las revoluciones no son pertenecientes al levantamiento revolucionario (siendo éste el concepto al cual se reduce revolución) como tal, sino que son un resultado del proceso revolucionario que se extiende en el tiempo y se convierte en un nuevo orden. Insiste, también, en que usualmente la memoria de las revoluciones se reduce a sus periodos intensos de triunfos, cuando han visto más derrotas que victorias. Su memoria debe incluir una conmemoración de los caídos, de sus mártires.
En Las nuevas caras de la derecha, Traverso continúa abogando a favor de la pertinencia histórica de ideas políticas, argumentando que el concepto de fascismo es, hoy en día, un obstáculo para el debate sobre la extrema derecha porque es utilizado de manera ambigua y amplia, tal y como los conceptos de comunismo y revolución. En este nuevo régimen historicista, surgen nuevas derechas radicales en un estado de transformación, fenómeno que Traverso concibe bajo el concepto de posfascismo: las nuevas derechas radicales como un fenómeno transitorio, en transformación y heterogéneo, con tantos aspectos en común como tiene diferencias. Se diferencia de su concepto de neofascismo, que conserva al fascismo clásico como matriz, pero se emancipa de él, conteniendo particularidades de las extremas derechas del siglo XXI.
La característica principal del posfascismo es el contenido ideológico fluctuante e inestable donde se mezclan filosofías políticas contradictorias. Parte de una matriz antifeminista, racista, antisemita y homofóbica, pero, como las sociedades contemporáneas son distintas a las que vieron surgir el fascismo clásico, propuestas como la reducción de la mujer a las labores del hogar son anacrónicas, así como ahora el Estado combate el antisemitismo a causa, en parte, de la política israelí y la memoria del Holocausto. Entre las características de este nuevo ciclo histórico, también, están el hecho de que la clase obrera ya no se identifica con la izquierda ni con sus partidos; así como esta es incapaz de proponer alternativas a las crisis de la democracia liberal a comparación del neofascismo, que tiene un discurso populista que apela al electorado abandonado por la izquierda, harto de las élites y del establishment, y garantiza la seguridad contra el terrorismo mediante un Estado xenófobo y autoritario.
Existen diferencias entre los neofascismos en cada país y con cada líder neofascista que llega al poder, comenzando con una ruptura en el estilo político. Donald Trump, por ejemplo, nombrado como fascista una y otra vez, se diferencia del fascismo clásico en cuanto a que no propone ningún modelo alternativo de sociedad—no quiere cambiar el modelo estadounidense porque le beneficia. No le interesa un proyecto de una “tercera vía”. Las masas no apoyan a Trump, lo apoyan individuos y consumidores aislados en una era del individualismo competitivo. Su discurso, así como el del partido Frente Nacional (FN) en Francia, es antisistema: Trump habla de drain the swamp y FN se opone al establishment representado por Macron, quien no es ni de izquierda ni de derecha. Ambos, sin embargo, no proponen la oposición a las élites: proponen a las élites como modelo. La islamofobia, también, se convierte en el nuevo eje estructural de las nuevas derechas, aunque en países como Francia que tienen un legado racista colonial es más evidente el prejuicio.
Otros dos conceptos que Traverso cuestiona son los de totalitarismo y populismo. Este último presenta un obstáculo al ser utilizado como sustantivo y pierde su significado cuando se usa como una manera para estigmatizar al adversario. Es un estilo político, no una ideología, dice, y los partidos populistas pueden tomar posturas que excluyan a partes enteras de la población. De igual manera, al utilizar el término totalitarismo, dice Traverso, las diferencias que existen entre el comunismo y el fascismo se diluyen para dar a entender que son equivalentes.
Con la intención de hacer una elaboración crítica del pasado es que Traverso elabora este montaje de imágenes dialécticas sobre las ideas que han emergido de experiencias revolucionarias en Revolución: comenzando con una crítica hacia la visión de Marx sobre las revoluciones como las locomotoras de la historia. Esta idea supone, dice Traverso, una visión teleológica de la historia—es decir, se enfoca en el propósito o la finalidad de la historia: se conoce el destino de las revoluciones y se cree que tienen un camino prefijado y determinado hacia el progreso lineal, acelerando la historia.
Para Traverso, esta creencia del progreso lineal y prefijado de las revoluciones es un gran malentendido que reduce el papel del sujeto revolucionario en las insurrecciones: los seres humanos tienen la agencia de construir la historia conscientemente, más allá de ser un proceso natural y de temporalidad conforme a la del capital, que tiene la fuerza de un proceso económico objetivo. El rol del ferrocarril en la experiencia revolucionaria, entonces, tiene dos dimensiones: por un lado, la visión de un progreso lineal con un camino prefijado; y, por el otro, la misma cuestión de movilidad: reducen las distancias y conectan a las personas, como su papel fundamental en la Revolución de Octubre y la Revolución Mexicana. Sobre la temporalidad de la revolución proletaria, esta es subjetiva, cualitativa e imprevisible, así como es de carácter espontáneo.
La siguiente dimensión que aborda Traverso es antropológica: la revolución como una experiencia corporal. Esto se refiere a la manera en la que las revoluciones energizan a los cuerpos y permiten a los sujetos sobrevivir a condiciones materiales de miseria bajo la ambición de la construcción de una nueva sociedad. Aquí, la multitud converge en un solo cuerpo: el sujeto histórico de la clase trabajadora, que es sujeto de los acontecimientos de la revolución y la siente como un momento de liberación. Con la ruptura del viejo régimen, se produce un éxtasis de liberación que Traverso compara con un carnaval: ante la suspensión de la ley en la transición de un orden al otro, el cuerpo social se expresa simbólicamente mediante una violencia espectacularizada donde el cuerpo del enemigo es el blanco primordial. Dentro de esta dimensión antropológica existe otra teológica que se refiere al dualismo del cuerpo del pueblo: el corpus politicus—para la Revolución de Octubre, la inmortalidad del socialismo—que existe hasta que el corpus naturalis—el cuerpo de Lenin—es suprimido. El cadáver de Lenin, embalsamado y expuesto al público, se convierte en un ícono de devoción, creándose así la dimensión del marxismo como una religión humanista donde la inmortalidad es “la realización final de la liberación humana en un futuro socialista” (Traverso, 2022: 128); la revolución con el objetivo de crear una nueva vida con potencialidades que se pueden cumplir con la inmortalidad. Dentro de esta dimensión antropológica, también, entra la militarización como forma que asume el cuerpo físico ante la contrarrevolución.
Después de la Revolución de Octubre, también, hubo un impacto significativo en el feminismo, al establecerse una igualdad completa de derechos entre hombres y mujeres, abogando por una vida social que ya no girara en torno a la familia nuclear: según los bolcheviques, la liberación de las mujeres estaba vinculada con la lucha por el socialismo. A la vez, esto se reflejó en la sexualidad: la Revolución debía liberar las energías sexuales que sofocó la moral burguesa, permitiendo todo tipo de relaciones sexuales que no sean dañinas para la raza humana ni se basen en el cálculo económico o relaciones de propiedad. Esta transformación duró aproximadamente una década, antes de que llegara Stalin a restaurar los códigos jerárquicos de género, priorizando la cuestión de clase; y la convergencia entre comunismo y feminismo últimamente fue contradictoria: no sólo por esta restauración, sino también por la coexistencia de la liberación sexual con un ascetismo puritano que abogaba por la salud, la limpieza y el cuidado, equiparando el socialismo con la higiene. Así, la disciplina corporal remplazó la liberación de los cuerpos, redefiniendo el socialismo como un poder biopolítico. La siguiente dimensión del cuerpo es la del ser humano como cuerpo productivo: la transformación del cuerpo humano en una entidad mecánica y la equivalencia del socialismo con el triunfo de la tecnología, organizándose como un sistema fabril donde el obrero tenía una psicología colectivista, racional y disciplinada.
La siguiente dimensión aborda el simbolismo. Las revoluciones necesitan destruir los símbolos de la dominación anterior y, para esto, así como para transmitir una memoria revolucionaria, es que utilizan la iconoclasia. Este concepto lo recontextualiza en las insurrecciones modernas, señalando que su iconoclasia no puede ser reducida a vandalismo—sino que siguen un procedimiento similar al de un ritual, donde eligen su blanco y expresan la emoción colectiva revolucionaria sobre la dominación anterior. Junto con los símbolos, los conceptos (que se convierten en acción), las experiencias y la memoria conforman las diferentes dimensiones de las revoluciones, que denomina como “figuras del pensamiento”: ideas condensadas en imágenes; los paradigmas políticos que crea, por ejemplo, son a la vez símbolos que se convierten en reinos de la memoria.
Los símbolos de las revoluciones suelen ser acontecimientos que se transforman en uno, captando las emociones y el dinamismo del momento: la barricada, la bandera roja y las canciones, todos símbolos de carácter popular, de combate y liberación (el color rojo adoptado por la Unión Soviética, particularmente, inspiró el nombre del “temor rojo”)—así como Traverso describe en específico a la película Octubre de Sergei Eisenstein y El hombre controlador del universo, mural de Diego Rivera, como símbolos revolucionarios, con este último captando la capacidad de la humanidad de decidir sobre el futuro mediante la tecnología: la importancia de su dominio era propio de los años treinta. Otra dimensión de los símbolos es el simbolismo corporal, específicamente aquel producido en la Revolución Rusa: la representación de las clases burguesas y los guardias blancos como cuerpos monstruosos y ridículos (“monstruos contrarrevolucionarios”), comparados contra los obreros insurgentes imponentes.
Al abordar “revolucionario” como identidad, Traverso señala que este adjetivo necesita de una reinterpretación. Es asignado de manera amplia a actores que se rebelaron contra el orden social y político dominante pertenecientes a una pluralidad de ideologías y corrientes políticas. Pero agrega otra dimensión a este significado: los intelectuales revolucionarios, aparte de crear teorías subversivas, también deben tener un estilo de vida y un compromiso político hacia la realización de la revolución, sin temor a la desobediencia política. Nombra a tres intelectuales revolucionarios, como los define él: Mijaíl Bakunin, Karl Marx y Rosa Luxemburg, quienes comparten los rasgos esenciales de compromiso ideológico, político y moral, un ethos anticapitalista y un cosmopolitismo que puede coexistir con un carácter telúrico; pero, en su esencia, concluye Traverso, todos son “buscapleitos”.
El “judío no judío” y la nueva mujer feminista son dos identidades que atiende Traverso en la cuestión de intelectuales revolucionarios. Después de la Primera Guerra Mundial, en Europa oriental y central, los intelectuales revolucionarios estaban compuestos en su mayoría por judíos y, después de la revolución rusa, el mito del judeobolchevismo fue creado por la sobrerepresentación de judíos entre los bolcheviques—aunque estos judíos habían hecho una ruptura con su religión y cultura tradicional, asumiendo la identidad judía por la exclusión y la estigmatización que conlleva. Los defensores de la burguesía reaccionaron en contra a los intelectuales revolucionarios judíos usando bolchevique como sinónimo de judío e intelectual—el blanco de la propaganda ahora era el bolchevismo cultural. Actualmente, explica Traverso en Las nuevas caras de la derecha, el imaginario de un terrorista barbudo musulmán es, para la extrema derecha, en cierta medida el nuevo equivalente del bolchevique del pasado.
En el mundo colonial, la Revolución de Octubre precipitó el surgimiento de una nueva generación de intelectuales revolucionarios, quienes se radicalizaron bajo los lemas de antimperialismo, anarquismo y liberación nacional—que no podían coexistir fácilmente, siendo fuente de tensiones a causa de sus diferencias. En América Latina y Asia, el marxismo tuvo que fusionarse con las culturas autóctonas que permeaban en sus contextos nacionales y sociedades casi totalmente rurales. Los modelos de la revolución socialista debían adaptarse a las condiciones de cada nación para solucionar sus problemas particulares a ellos. Lo que la mayoría de los rebeldes del Sur comparten es una condición social de marginalidad originada en su exclusión de la academia y otras instituciones, siendo parías, como los define Hannah Arendt: aquel exiliado sin pertenencia nacional, condición que sostenían como una postura política consciente que radicalizaba su orientación política.
Tras la revolución rusa, los rebeldes parías de todos los continentes encontraron un lugar en la URSS, donde el Partido Comunista era más una “contrasociedad”—similar a un universo jerárquico con sus propios medios, disciplina y sanciones, donde unírsele significaba perder la independencia privada. A la vez, el Internacionalismo pasó a significar la defensa de la URSS como resultado de la militarización de la Revolución, que luchaba por sobrevivir y construir a la Unión Soviética. Con esta transformación, los caminos de los intelectuales revolucionarios variaron: aceptar el estalinismo, anticomunismo, comunismo hereje, entre otros; coincidiendo en lo que Traverso llama un “empobrecimiento espiritual”. Explica que el estalinismo destruyó la ética comunista mediante los procesos de Moscú, donde intelectuales revolucionarios comenzaron a denominarse como “traidores”—siendo el punto de convergencia de las tendencias en conflicto y los dilemas morales, como la autoalienación, con respecto al Partido Comunista, considerado como la encarnación de la ética revolucionaria.
La siguiente dimensión es la de la revolución como acción liberadora con el objetivo de alcanzar la libertad. Tras una restricción de la libertad sólo para cierta parte de la población (libertad para varones blancos y propietarios), una genealogía de la libertad debía conectar al socialismo, al anticolonialismo y al feminismo como formas de liberación. Esta tiene una dimensión emocional, donde la acción liberadora causa placer y es emocionante, al rechazarse su definición como un estatus jurídico y estableciendo la libertad como la creación de nuevas prácticas que transformen la vida colectiva en todos sus ámbitos, priorizando la emancipación social y la libertad política: la creación de nuevas relaciones humanas y una nueva sociedad. Dentro de esta dimensión se encuentra la idea de Marx sobre la emancipación humana que implica la liberación del tiempo: el capitalismo expropia al trabajador de su tiempo de vida, que se racionaliza en base a la producción de mercancías de acuerdo a criterios externos; al abolir el capitalismo, entonces, el tiempo se mediría acorde a la felicidad humana. De igual manera, Walter Benjamin concibe la liberación como negación del tiempo capitalista: la posibilidad del pasado de reactivarse en el presente, en contra del historicismo que sugiere que es un proceso consumado para ser ordenado y archivado.
Para cerrar Revolución, Traverso concierne la periodización del comunismo. Describe tres olas de revoluciones modernas: el atlántico revolucionario, comenzando en Francia en 1789 y terminando en Haití en 1804, donde aparecieron por primera vez los conceptos asociados a las revoluciones; una segunda ola en mediados del siglo en el Occidente y Asia, caracterizada por una desconexión entre las distintas ideologías y políticas de los rebeldes; y, por último, una tercera ola al final de la Gran Guerra, desde Rusia contra el zarismo hasta la Revolución Mexicana. La misión de una revolución mundial, no eurocéntrica y de carácter socialmente plural diferenció el siglo XX del XIX, al incluir revoluciones en todos los continentes: de dimensión socialista en el Occidente, anticolonial y antimperialista en el Sur y antiburocrática o antiestalinista en el Este; siendo así un siglo diverso donde, a comparación del siglo XIX, sus distintas dimensiones se fusionaron y sincronizaron para culminar una “rebelión mundial” a finales de los sesenta. Para no fracasar, era necesario tener dos características: una orientación socialista y una coalición entre grupos sociales.
Es necesario, insiste Traverso, dejar atrás la dicotomía con la que se piensa sobre las experiencias revolucionarias: hablando sobre la Revolución de Octubre, puede ser entendida como el inicio de una época de totalitarismo de acuerdo a una interpretación derechista; o puede ser interpretada como la catalizadora del socialismo global, según la izquierda. La experiencia comunista está compuesta por contradicciones internas, múltiples dimensiones y debe entenderse como una totalidad dialéctica, con diferentes rostros que no deben aislarse, pues sus distintos movimientos y regímenes a nivel global comparten un vínculo simbiótico—haciendo énfasis en que estas dimensiones no son continuas, sino que tienen una trayectoria quebrada, así como Traverso insiste en que la historia no es lineal, es dinámica.
El mismo concepto de comunismo es ambiguo y abarca una diversidad de fenómenos. Traverso explica que el comunismo, como fenómeno mundial del siglo XX, tiene cuatro “rostros”: revolución, refiriéndose a su carácter disruptivo, donde el sujeto revolucionario crea su propia historia; régimen, es decir, la institucionalización de la dimensión militar de la revolución; anticolonialismo, la percepción del campesinado y la liberación de los pueblos colonizados como indispensables para la revolución; y el comunismo socialdemócrata, que surge en el contexto de la posguerra y la Guerra Fría en algunas partes del Occidente y tiene como misión reformar el capitalismo. Esta categoría de “rostros”, de nuevo, es utilizada también en Las nuevas caras de la derecha, donde Traverso atiende las particularidades de las extremas derechas en diferentes países, siglos y contextos históricos nacionales que propician su surgimiento.
Revolución es un libro esencial para la izquierda del siglo XXI—hace un elaborado recorrido por las distintas dimensiones, imágenes y perspectivas de las revoluciones, no sólo abordándolas teóricamente, pero mediante un recuento de las mismas con fotografías, pinturas, películas y biografías de experiencias revolucionarias y su memoria histórica. A la vez, la obra de Traverso incita el pensamiento crítico y epistémico sobre ideas políticas para aplicarlas en nuestro mundo neoliberal. Estos aspectos tienen el fin de la creación de nuevas formas revolucionarias que, esencialmente, deben tener una memoria de luchas del pasado que, así como considera los triunfos revolucionarios, recuerde sus derrotas y las esperanzas de los vencidos—a la vez que resistan contra las restricciones de pensamiento y expectativa de nuestra época. Enzo Traverso, entonces, aboga por la creación de un nuevo enfoque sobre el pasado revolucionario—uno que no lo rechace ni estigmatice de manera reaccionaria y conservadora, ni que le haga una apología ciega, sino que mantenga una postura de apoyo crítico.
Bibliografía
TRAVERSO, Enzo (2018). Las nuevas caras de la derecha. México: Siglo Veintiuno Editores.
TRAVERSO, Enzo (2022). Revolución: Una historia intelectual. México: Ediciones Akal.
ZEMELMAN, Hugo (2005). “Pensar teórico y pensar epistémico: Los retos de las ciencias sociales latinoamericanas”, en Voluntad de conocer. El sujeto y su pensamiento en el paradigma crítico (pp.1-11), México: Anthropos.