DOI 10.32870/vinculos.v0i10.7714

Lecturas

 

El momento latinoamericano de la igualdad en un contexto histórico global:  Su apertura, su cierre y su posible reapertura[1]

 

Göran Therborn1

 

1Linnaeus University

 

 

La inequidad latinoamericana en un contexto mundial

 

Es notable y añosa la inequidad de ingresos en América Latina. El explorador europeo Alexander von Humboldt (1822/1966) estaba impresionado por ella hace dos siglos, en especial en la Nueva España, el México actual. Algunos países africanos como Sudáfrica encaminan ahora al mundo hacia el abismo de la inequidad, pero ninguna región de proporciones continentales, solo países de dimensiones subcontinentales como China y la India, pueden rivalizar con la inequidad de ingresos latinoamericana. Estados Unidos y Rusia no se le acercan (Therborn, 2013: Tabla 10, con referencias). Empero, la distribución del ingreso no constituye la historia plena de la inequidad. Los reportes de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) han ampliado nuestros horizontes.

 

Las cifras que se muestran en la Tabla 1 deben verse más como estimaciones que como verdades establecidas, y la cifra de ingreso del sur asiático muy probablemente sea incorrecta, haciendo referencia, como suelen hacer las encuestas de los hogares, al consumo, mismo que está distribuido menos inequitativamente, y no al ingreso. Sin embargo, no hay discusión respecto a la ubicación mundial de América Latina. Se pierde más calidad de vida en América Latina debido a la inequidad de ingresos que en cualquier otra parte del mundo. Pero la inequidad vital y educativa es más baja que el promedio mundial. En términos de inequidad general de desarrollo humano, América Latina está apenas por encima del promedio mundial, o en el promedio si consideramos los márgenes de error. En general, la inequidad latinoamericana es la misma que en los estados árabes, pero en estos últimos impulsada por la inequidad educativa, más que por el ingreso.

 

Todavía no existe un índice claro de inequidad existencial – la desigual distribución de la autonomía, el reconocimiento y el respeto de los humanos como personas – y el índice de inequidad de género del PNUD – con todas sus variables de mortalidad materna, fecundidad adolescente y división de género de las curules parlamentarias, educación secundaria o superior y participación en la fuerza de trabajo – cuando mucho capta solo un aspecto de la inequidad existencial con una ponderación difícilmente libre de cuestionamientos. No obstante, el índice del PNUD afirma que los latinoamericanos están ligeramente por debajo del promedio mundial de inequidad de género, y mejor que los árabes, surasiáticos y los africanos subsharianos, aunque peor que los euroasiáticos postcomunistas y mucho más desiguales que “los muy altamente desarrollados” (UNDP, 2013: 159).

 

La diversidad racial y étnica en América latina también torna a la inequidad existencia en un tema sobresaliente. A lo largo de la columna montañosa de la región, desde México hasta el sur de Chile, existen poblaciones indígenas considerables, que en Bolivia son mayoritarias. En el Caribe y siguiendo las costas de plantaciones de Sudamérica, desde Venezuela y Colombia hasta Río de Janeiro, existen poblaciones considerables de “afrodescendientes”, como se les denomina ahora oficialmente. En América Latina nunca se institucionalizó el racismo blanco, como en Estados Unidos y su historia está llena de líderes mestizos y de raza india de diferentes tipos, siendo Benito Juárez, el liberal mexicano del siglo XIX, el más impresionante según los actuales parámetros políticos. Empero, el racismo blanco es todavía hoy en día un legado latinoamericano muy importante. Brasil fue, después de todo, el último país del hemisferio en abolir la esclavitud, en 1888. Las luchas y los avances por los derechos civiles en Estados Unidos de los años sesenta no tuvieron equivalente en Brasil o en otros países de plantación de América Latina, ni siquiera hubo ecos de esas luchas. La revolución radical boliviana de 1952 se concibió a sí misma y a sus tareas abrumadoramente en términos de clase, y el primer presidente indio que tuvo Bolivia llegó apenas en 2006.

 

Tabla 1. Pérdida regional del valor del índice de desarrollo humano debida a la desigualdad en 2012 (pérdida en porcentaje)

Grupo de países

Expectativa de vida

Educación

Ingreso

Pérdida total

Muy alto desarrollo

5.2

6.8

19.8

10.8

Estados árabes

16.7

39.8

17.5

25.4

Asia oriental y Pacífico (China y otros)

14.2

21.9

27.2

21.3

Europa [del este] y Asia central

11.7

10.5

16.3

12.9

América Latina y el Caribe

13.4

23.0

38.5

25.7

Sur de Asia (India y otros)

27.0

42.0

15.9

29.1

África subsahariana

39.0

35.3

30.4

35.0

Mundo

19.0

27.0

23.5

23.3

Fuente: (UNDP, Human Development Report 2013: 155).

 

 

La hora de América Latina

 

Los desarrollos latinoamericanos recientes asumen significancia global en un contexto de momentos históricos de cambio. En 2010, la Comisión Económica para América Latina, de Naciones Unidas, CEPAL, anunció la llegada de “La hora de la igualdad” (CEPAL, 2010). En una época durante la cual la inequidad económica intranacional se aceleraba en América del Norte y en la mayor parte de Europa y Asia, ésta iba a la baja en América Latina, en 16 de los 18 países de los que se disponía de información en 2000–2012 (CEPAL, 2013b: Tabla 1.6.4). (Costa Rica, alguna vez un país modestamente igualitario en términos de los parámetros generosos de América Latina, pero bajo un gobierno neoliberal [lo que posiblemente cambió con la elección presidencial de abril de 2014 de un crítico de éste], era la única excepción, además de Guatemala).

 

Cuando los más aventajados del diez y del uno por ciento están incrementando su porción del ingreso nacional en la mayoría de los países ricos, desde Estados Unidos hasta Australia, pasando por Suecia (OECD, 2011), la porción del diez por ciento superior está reduciéndose en dieciséis de los dieciocho países latinoamericanos que reportan, incluyendo a todos los de mayor tamaño (Costa Rica y Guatemala constituyen las excepciones, CEPAL, 2013: Tabla 1.6.3b). Mientras que un economista estadounidense de derecha anuncia jubiloso a sus compatriotas que “se acabó el promedio” (Cowen, 2013), la razón del ingreso de la clase media alta frente al de la clase media, la razón del percentil 95 a 50, descendió en diecisiete de dieciocho países al sur del río Bravo, siendo Honduras la única excepción (CEDLAS y World Bank, 2014, consultado el 23-03-2014; el periodo es principalmente del 2000 al 2012).

 

En otras palabras, la actual experiencia latinoamericana corrobora la idea de que la desigualdad no es una fatalidad, ni la igualdad es un destino. Mientras que el capitalismo alienta una tendencia sistémica inherente a una inequidad creciente, como predijera Marx y, como ha reformulado recientemente Thomas Piketty (2013) en una nota al pie actualizada, la economía política contingente conserva abiertas las vías a la igualdad.

 

En América Latina, la igualdad de los recursos, del poder (mediante la democratización), de la educación, y del empleo formal, así como del ingreso, está acompañada por grandes pasos hacia la igualdad existencial. La Constitución brasileña de 1988 incluía un conjunto de derechos sociales de largo alcance (y difíciles de realizar), la boliviana de 2009 convirtió al estado criollo con raíces coloniales en un estado oficialmente “plurinacional”, y las nuevas constituciones de Venezuela y Ecuador han sumado una nueva conciencia de temas existenciales étnicos. El matrimonio entre personas del mismo sexo se institucionalizó en la Ciudad de México (históricamente una vanguardia de la legislación familiar en México) y en Argentina. En Brasil se ha desarrollado finalmente un importante movimiento negro y las cuotas de raciales en la educación contribuyen a paliar siglos de discriminación. Los movimientos originarios tienen batallas más duras por pelear (fuera de Bolivia), pero se les ha reconocido como actores políticos desde México hasta Chile.

 

 

Precedentes momentos de igualdad en el mundo

 

Los momentos de igualdad han sido escasos en la historia del capitalismo industrial, casi tan escasos como las revoluciones, las cuales han aportado los ejemplos más dramáticos de lo primero. La revolución francesa, al inicio del capitalismo contemporáneo, fue la primera, con efectos atenuados, que duró más que la Restauración contrarrevolucionaria (Morrison, 2000: 235 ss.). En el siglo XX, las revoluciones comunistas fueron muy igualitarias, así como lo fueron las dos Guerras Mundiales. La Depresión detuvo una ascendente inequidad en Estados Unidos, pero no lo hizo en los estados grandes de Europa ni en Japón (Piketty, 2013; Atkinson y Piketty, 2010.).

 

Sin embargo, la historia del desarrollo capitalista ha sido testigo de un prolongado periodo de paz durante el cual las tendencias inequitativas se conservaron a raya y se amplió la igualdad en una diversidad de direcciones, no solo en la distribución del ingreso. Se trata del periodo desde 1945 hasta aproximadamente 1975/1980. Se inició por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, pero organizó su propia reproducción ampliada de igualdad relativa.

 

No fue global, pero tuvo un alcance intercontinental, incluyendo a Norteamérica, la mayor parte de Europa, este y oeste—siendo las excepciones marginales los regímenes fascistas en Grecia, Portugal y España[2]- el noreste asiático y la Oceanía de Australia y Nueva Zelanda. América Latina no fue parte de la confluencia. Irónicamente, el más significativo matiz de esta exclusión fue la Argentina peronista (Atkinson, Piketty y Saez, 2010: Tabla 13A.16), un país que se había negado a participar, aunque fuera simbólicamente, en la guerra, como aliado de Estados Unidos.

 

Si hay algún paralelo histórico al momento actual en América Latina, éste es el periodo 1945–80, del cual todos sus participantes están ahora siendo recíprocos por la ausencia latinoamericana en ese entonces. Aun cuando algunos gobiernos latinoamericanos actuales afirman que promueven un “socialismo del siglo XXI”, por razones de simpleza comparativa, será mejor que dejemos los socialismos comunistas del siglo XX, que surgieron de revoluciones y concentrarnos en la experiencia capitalista previa de igualdad en Norteamérica, Japón y el resto del noreste asiático capitalista y, sobre todo, Europa occidental.

 

 

Elementos comunes de igualdad en tiempos de paz

 

Hay dos importantes elementos paramétricos en común entre la América Latina de la(s) primera(s) década(s) del siglo XXI y el periodo intercontinental de 1945– 1975/80. El más importante es probablemente el elemento político. Se trata de dos épocas durante las cuales están desacreditadas marcadamente las ideologías y las fuerzas anti-igualitarias más agresivas, el fascismo o la dictadura militar y el liberalismo de derecha.

 

El final de la Segunda Guerra Mundial significó el rompimiento del fascismo europeo y del militarismo japonés. Sus sobrevivientes no estaban en posición de defender una agenda política. En América Latina, solo la junta argentina fue derrotada militarmente, pero para 1990, los otrora poderosos militares del cono sur y pronto los de América Central, eran vistos como monstruos bárbaros salidos de una pesadilla. Sin embargo, su desaparición gradual, en un amanecer lentamente iluminado, no derivó en un giro claro hacia la izquierda, como en el Reino Unido, en donde el electorado de julio de 1945 dio sin miramientos una patada en el trasero al héroe de guerra conservador Winston Churchill, sacándolo del gobierno.

 

En Europa y en Norteamérica, el liberalismo de derecha fue totalmente desacreditado por el sufrimiento de la Depresión de la década de 1930, visto como evidencia sólida de que el liberalismo de mercado no regulado nada tiene de positivo para ofrecer a la gente ordinaria. Friedrich von Hayek era visto en general en ese entonces como un ermitaño en el desierto, aunque su diatriba en contra de un estado de bienestar social-demócrata The Road to Serfdom (El camino a la servidumbre), se vendía bien, mientras que no lograba convencer a alguien más fuera de una pequeña camarilla de mercadólogos de extrema derecha.

 

La América Latina post-militar estaba en una época política diferente. El neoliberalismo militante de derecha estaba en ascenso, a tono con el capitalismo financiero postindustrial y apoyado por el poder militar anglosajón, así como por el poder intelectual, el consenso de Washington – del FMI, el Banco Mundial y el Tesoro de Estados Unidos- y por los departamentos académicos de economía, encabezados por Chicago, el consiglieri de la dictadura de Pinochet. La única junta militar con un claro programa económico fue la chilena, y tras sus fuertes castigos económicos en década de los setenta y su crisis de principios de los ochenta, se le experimentó como una economía boyante. Con ayuda del retorno negociado a la democracia, el neoliberalismo chileno sobrevivió a su padrino militar. En Argentina y Bolivia, al igual que en México, mediante el fraude electoral, al neoliberalismo se le dejó sin control. En Brasil, tras la desgracia de Fernando Collor de Mello, finalmente fue controlada por Fernando Henrique Cardoso quien, no obstante, se abstuvo de cualquier aproximación social demócrata a las abismales inequidades del país.

 

Se requirió de toda una década después de la época de las dictaduras militares para que el liberalismo de derecha cayera completamente en el descrédito social en Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela—países todos que experimentaron horrendas caídas socio-económicas, de las cuales la Argentina de 2001 tuvo las mayores reverberaciones—o, al menos, vio erosionada su hegemonía, como en Brasil, Chile, México, Perú, Uruguay, y otros países.

 

Pero en la primera década de este siglo hubo un elemento político-ideológico en común entre América Latina y, por otra parte, la Norteamérica posterior a la Segunda Guerra Mundial, Europa occidental y la nororiental Asia capitalista. Las ideologías y políticas anti-igualitarias fueron marginadas, tanto las liberales como las autoritarias.

 

Un segundo elemento en común es el crecimiento económico. Para el tricontinental rico, el periodo 1945–75 fue un periodo de tasas de crecimiento económico sin precedente y no superado. La igualdad se facilitó en mucho acelerando los juegos económicos de suma positiva. El crecimiento económico en América Latina en los años 2000 no ha sido único. Pero ha sido substancial—con promedio de 4% anual para la región para el periodo 2005–12, que incluyó una caída de 1.5% en 2009—y experimentado en contraste con las décadas en buena parte pérdidas de 1970 a 1990 (CEPAL, 2013a: Tabla 2.1.1.).

 

Además, hay un elemento en común en el proceso político. Ninguna igualdad fue producto de un solo proyecto o fuerza políticos. En Europa occidental, tanto la democracia cristiana como la social-democracia fueron promotores importantes. En Francia, también los gaullistas y los republicanos progresistas; en Reino Unido estuvieron los conservadores de “una nación”. Los republicanos de Estados Unidos, desde Eisenhower—quien envió a hombres armados (paratroopers) contra los desórdenes racistas en Little Rock—hasta Nixon, quien amplió lo servicios sociales y las regulaciones económicas, no fueron indiferentes a la igualdad. En el noreste de Asia, la igualdad tuvo una gama más amplia de compañeros cruciales, no solo los sólidos empresarios conservadores en Japón, sino también los cuadros Guomindang de Taiwán y la dictadura militar de Park Chung-Hee en Corea del Sur, preocupados ambos por fortalecer la cohesión nacional.

 

También en años recientes en América Latina, la igualdad, aunque quizá más marcada en países radicales como Venezuela, Bolivia y Argentina, también ha sido muy significativa en Perú, que carece de una izquierda estable, y significativa en la Colombia conservadora, en el Chile de la cautelosa Concertación, y en el México de derecha posterior a Carlos Salinas, en tanto que las colaciones de centro izquierda, amplias y bien organizadas han hecho cambios sustantivos graduales en Brasil y Uruguay. Regresaremos más delante a los resultados.

 

Esta polivalencia política de la igualdad es notable. El proceso tiene que iniciarse políticamente, aunque los ricos pierdan parte de su riqueza en guerras y depresiones, pero la política sigue siendo siempre un arte complejo, irreductible a programas ideológicos. Y siempre está moldeada de facto por las limitaciones y oportunidades económicas.

 

En términos políticos, también hay algunas similitudes importantes, como podría esperarse. Es más importante el aumento de un estado de bienestar. Para 1970, todos los estados democráticos de Europa occidental se habían convertido en estados de bienestar en el sentido específico de dedicar la mayor parte de su gasto al bienestar de sus poblaciones (es decir, seguro y asistencia social, salud y otros cuidados, educación). En Estados Unidos, esto sucedió un tanto después, tras el fin de la guerra de Vietnam (datos de OECD, véase Therborn, 1984). El Estado latinoamericano típico (definido como promedio estatal ponderado por la población) se convirtió en un estado de bienestar alrededor de 2000. Para mediados de los noventa, el gasto social latinoamericano equivalió a 46% del total del gasto público, pero para mediados de los 2000, 59% del gasto público era para propósitos sociales (CEPAL, 2012a: 158).

 

El gasto social tiende a ser más alto en los países con más recursos. Dentro de América, México[3], Perú y Colombia gastan significativamente menos en causas sociales de lo que podría esperarse de su PIB per cápita, pero también Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia están ligeramente por debajo de la línea de regresión esperada. Cuba, por otro lado, está mucho más arriba, y también muy arriba están Argentina, Uruguay y Brasil. Un poco más arriba están Costa Rica y Chile (CEPAL, 2012a: 161).

 

Si adoptamos una definición un tanto más restringida del gasto social, excluyendo la educación y concentrada en seguridad y bienestar social más salud, la definición más común para comparaciones intercontinentales, el gasto social latinoamericano en 2009–10 alcanzó 12.3% del PIB 2009–10, más arriba del 7.0 en 1991–92 (CEPAL, 2012a: Tabla 1A.1.).

 

El nivel alcanzado en América Latina para 2010 es más o menos el mismo que aquel de Europa occidental en 1960, con su rango porcentual de 11 (Alemania, Suecia, Reino Unido) a 13 (Francia) (Flora, 1983: 456). La tasa de cambio es bastante similar a la europea occidental de los 1950, que no fue una década de avance social significativo en la mayor parte de esa región. La amplia expansión cuantitativa ahí se dio tras 1960 (o, más exactamente, 1965), casi duplicándose, subiendo a 21–22% del PIB en Alemania Occidental, Francia e Italia para 1974, pero con mayor dispersión, entre 14.5% en Reino Unido 24.4% en Suecia (Flora, 1983: 456). Si los países latinoamericanos quieren desarrollar sus estados de bienestar, todavía están por dar el gran salto.

 

 

Diferencias

 

Sin embargo, hay diferencias entre los dos momentos históricos, diferencias que en conjunto indican más limitaciones y mayores dificultades para la América Latina del siglo XXI que para las áreas del Atlántico Norte y asiática del noreste del tercer cuarto del siglo anterior.

 

Lo más obvio es el diferente contexto geopolítico. La igualdad posterior a la Segunda Guerra Mundial estuvo impulsada en buena parte por el temor y la competencia frente al comunismo. Éste fue más fuerte en el noreste de Asia, lo que inspiró amplias reformas en posesión de tierras y sumándose a las preocupaciones nacionalistas con la cohesión social. Pero también fue importante en Europa Occidental la invención de la dynamisierte Rente en la Alemania Occidental de 1957, la cual vinculaba los derechos de pensión a la evolución de los salarios, por ejemplo, formaba parte de un proyecto de rearme democristiano. Y no parece probable que un presidente estadounidense conservador haya enviado tropas federales para proteger a un puñado de niños en una escuela negra que dejó de ser segregada en contra de levantamientos blancos sureños sin la competencia de la Guerra Fría frente a la Unión Soviética. Actualmente, el comunismo, así como la URSS, han desaparecido como fuerza social y cualquiera que sea el atractivo internacional de China, ya no es el igualitarismo.

 

No solo la historia política, sino también la historia económica ha aumentado los desafíos que enfrentan los partidarios de la igualdad latinoamericanos. La globalización reciente ha hecho más dependiente al desarrollo capitalista respecto a los mercados internacionales de capital y mucho menos respecto a la integración y la cooperación nacionales. El tren de la industria ha pasado ahora por América Latina, en donde ha comenzado ya la desindustrialización. Aun cuando el empleo en la manufactura sigue creciente en cifras en varios países, su proporción relativa, nunca predominante, está a la baja (CEPAL, 2012b: Tabla 1.) El actual crecimiento económico es principalmente un auge de mercancías, desde soya hasta metales y petróleo. La industrialización a gran escala, exitosa, como en el Tricontinental del norte después de la Segunda Guerra Mundial, generó un empleo ampliamente difundido en puestos similares con una relativa alta productividad y paga correspondiente. Los mercados de mano de obra industrial desarrollados – después de la dañina acumulación original estudiada por Marx – tienden a soportar una cierta cantidad de igualdad de buenos sueldos. Huber y Stephens (2012: 145) encontraron en la desindustrialización una causa importante de la creciente inequidad latinoamericana en 1990.

 

Los auges de mercancías, por otro lado, producen economías de renta con efectos inciertos en los mercados de mano de obra. La renta de la tierra puede ser utilizada para la generosidad social pública y el auge utilizado para aumentar los salarios mínimos, como es el caso en la mayor parte de América Latina, pero también puede ser apropiada por unos cuantos, que luego subsidian con porciones de esta renta de la tierra patrocinios clientelares. La base social de las economías de renta siempre es potencialmente oligárquica, y sus ganancias tienden a ser volátiles.

 

El otro capitalismo alternativo visible, post-industrial, dirigido por el capital financiero, tiende marcadamente a una economía dualista que hace las veces de sociedad de una clase lujosa de financieros “creativos”, sus apoyos empresariales y de la industria del entretenimiento junto a una clase de servidumbre escasamente pagada de limpiadores, servicio doméstico, niñeras, docentes, jardineros, bedeles, meseros, vendedores al menudeo y guardias de seguridad. Estados Unidos y Reino Unido muestran el modo por el cual los partidarios de la igualdad de América Latina tendrán que diseñar un nuevo tipo de economía y sociedad post-industrial.

 

Además, los apoyos políticos a la igualdad actual de América Latina lucen más frágiles que los disponibles para sus predecesores, en particular en Europa occidental y el noreste de Asia. En este último, se dio un sólido pacto de desarrollo entre, por un lado, un bloque agricultor protegido, aprovechando sus recientes ganancias por la reforma de la tenencia de la tierra y, por el otro, una elite urbana con perspectiva al exterior orientada a la industrialización de exportación. Unas estructuras políticas sólidas conservaron el pacto, todas dominando en su escenario político nacional, el partido demócrata liberal de Japón, el Guomindang de Taiwán, y la dictadura de puño de hierro del general Park Chung-Hee en Korea, fortalecidas por enormes asociaciones civiles nacionalistas.

 

En la Europa occidental continental primero estuvo la democracia cristiana, partidos bien organizados de membresía masiva, todos con un ala gremial sustancial e influyente, así como profundas conexiones religiosas en sociedades que todavía no están ampliamente secularizadas. A su izquierda estos demócratas cristianos tenían grandes partidos de clase trabajadora. Los comunistas en Francia e Italia, socialdemócratas en el resto. El igualitarismo triunfante más radical y consistente reinó en Escandinavia separado secularmente de la democracia cristiana por medio de enormes partidos socialdemócratas hegemónicos, apoyados por el más fuerte movimiento sindical del mundo. Gran Bretaña, por no mencionar a Estados Unidos, en gran parte o completamente carecía de estos apoyos institucionales. La igualdad económica nunca avanzó mucho ahí y la contraofensiva neoliberal vino más pronto y de manera más violenta que en Europa occidental y en el noreste de Asia.

 

Visto contra este fondo euroasiático, los actuales gobiernos latinoamericanos pro igualdad se ven bastante frágiles, vulnerables o delimitados. La “Revolución Bolivariana” de Venezuela se desarrolló como un caso clásico de populismo regional, por parte de un líder carismático y sus seguidores, después de que el sistema político existente hubiera quebrado por completo, sin apenas auto-organización colectiva ni institucionalización. Sobrevivió a la muerte de Hugo Chávez por los pelos, y actualmente se enfrenta a una implacable oposición militante de derechas en condiciones de una crisis económica auto-infligida, al menos en parte, por la corrupción y la mala administración. Parece haber una estructuración organizada detrás del régimen de Evo Morales en Bolivia, pero el país sigue dividido por una cultura de protesta extremadamente recalcitrante, más amplia que la oposición de derecha, muy confinada geográficamente.

 

El gobierno ecuatoriano es quizá el que posee el personal más competente (intelectualmente) de los tres regímenes más radicales que persiguen un “socialismo del siglo XXI”, pero, por un lado, su apoyo, como aquel de los otros, ganado honestamente en elecciones democráticas, es el menos organizado, en un país notable por su política volátil y por sus débiles instituciones y organizaciones. El peronismo argentino contiene todo y sus opuestos y está en el horizonte la caída del ala progresista de Kirchner. Lo que sucederá después es todavía una cuestión abierta.

 

En el país clave de Brasil existe un partido en el gobierno con cierta semejanza con la socialdemocracia europea, el Partido de los Trabajadores (PT). Pero el PT está lejos de ser un partido mayoritario y depende del carisma personal de Lula y de la política de alianzas de intercambio de favores. La clase trabajadora organizada no ha tenido mucha influencia en los gobiernos de Lula y Dilma (Flores Macías, 2012: 144 ss.). Hay más estructura en la “nueva mayoría” de Michelle Bachelet en Chile, que ahora se extiende desde la democracia cristiana hasta el partido comunista, y al “frente amplio” de Uruguay, que actualmente gobierna por un segundo periodo presidencial, y con el cual la clase obrera ha sido capaz de avanzar. Ambas coaliciones se mueven muy cautelosas, muy conscientes de los limitados confines del liberalismo económico heredado.

 

Este breve panorama esquemático no ofrece conclusión alguna acerca del futuro político de la igualdad en América Latina. Muestra, empero, que los igualitaristas latinoamericanos enfrentan tareas intimidantes, con recursos políticos frágiles o inciertos y sin soporte alguno o una competencia que los acicatee desde fuera.

 

 

Significancia histórica

 

Los logros del momento latinoamericano de igualdad se analizan en los capítulos del libro de Barbara Fraits y Lena Lavinas (2016). Haré aquí un intento, obviamente tentativo y provisional, más que concluyente, para apuntar su significancia histórica, para la historia de América Latina y del mundo.

 

Una contribución de importancia global importancia se ha señalado ya líneas arriba. Aun en la actual ola de globalización, la inequidad económica no se rige por leyes económicas universales, como la finanza y la tecnología, sino que está configurada decisivamente por las economías políticas nacionales y regionales. La inequidad de Estados Unidos no necesariamente será el destino de todos nosotros.

 

Hicimos notar antes que la inequidad vital en América Latina, medida por la expectativa de vida al nacer, está por debajo del promedio mundial, aunque muy por encima del mundial de la PNUD de “muy alto desarrollo humano”. Respecto a esto, la dimensión vital de la inequidad, como en las otras, la región encubre grandes diferencias entre los países. La menor inequidad de mortalidad y el mayor promedio de expectativa de vida lo encontramos en Cuba, segundo país en América, después de Canadá, con Chile en tercer lugar, que tienen la misma inequidad de mortalidad que Estados Unidos, pero ligeramente por encima de éste. Por mucho, la peor situación se da en Bolivia, con una inequidad vital casi tan alta como en la India. Brasil se ubica en la mitad del rango regional, junto a Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, mientras que Argentina, México y Uruguay se ubican en lo que podría llamarse el grupo medio superior (UNDP, 2013: Tablas 1 y 3). Durante dos décadas, 1991–2010, se suscitó una reducción de la inequidad vital espacial entre municipalidades en Brasil (http://www.atlasbrasil.org.br/2013/ fecha de consulta: 2 de abril de 2014). La distancia entre los polos nacionales de espacio social, de dos lugares en el noreste y dos en el sur es actualmente de doce años de expectativa de vida al nacer, lo que ahora no es muy notable a la luz de las diferencias internacionales, ya que es equivalente a la distancia de duración de la vida entre la metrópoli escocesa de Glasgow y el barrio londinense de Chelsea y Kensington. (http://www.pnud.org.br/IDH/Atlas2013.aspx? indiceAccordion=1&li=li_Atlas2013 Fecha de consulta: 2 de abril de 2014). La igualdad espacial brasileña no tiene equivalente contemporáneo en, por ejemplo, Reino Unido o Suecia, en donde la brecha municipal actual de expectativa de vida de 8.6 es todavía un tanto menor. El tema general de la inequidad vital no parece estar firmemente todavía en la agenda política latinoamericana. Es de resaltar, empero, que Brasil, Ecuador y Venezuela se han abocado a amplios programas de salud pública dirigidos a atender a la población en mayor desventaja. Tanto en Brasil como en Venezuela, abordar la inequidad de la salud implica grandes importaciones de médicos cubanos, quienes, además, han capacitado en Venezuela a 17,000 médicos[4].

 

Los igualitaristas del Tricontinente del norte probablemente estaban todavía menos conscientes de las inequidades vitales que sus sucesores latinoamericanos, en particular desde que las enfermedades epidémicas infecciosas estaban siendo controladas en el norte. Tampoco estaban muy preocupados por temas existenciales, aun cuando difícilmente podrían negarse. Un descarado racismo institucionalizado siguió vigente en Estados Unidos después de la guerra y en la Europa occidental continental, al sur de Escandinavia, la legislación matrimonial todavía proclamaba la superioridad masculina. Solo en el ocupado Japón la equidad de género se introdujo en la ley familiar – aunque no en la práctica (véase Therborn, 2004: Cap. 2).

 

En los años 1970, el caparazón del patriarcado comenzó a romperse finalmente en Europa occidental y ahora América Latina se ubicó en el centro de la política global de género. La enormemente exitosa e influyente Conferencia de las mujeres, de Naciones Unidas, se realizó en la Ciudad de México en 1974. La emancipación de género se convirtió en parte integral del proceso de democratización de los años de 1980. Una manera sintética de evaluar qué tan lejos ha llegado puede ser mirar el “índice de desarrollo relacionado con el género” de PNUD, que después cambió a “índice de inequidad de género”. En 2001, América Latina estaba muy por detrás de Europa latina, según el primer índice. En la lista de PNUD, los países americanos menos desiguales en términos de género clasificaban en el mundo como 34 (Argentina), 39, 41, y 43 (Uruguay, Costa Rica, Chile, respectivamente). México tenía una clasificación nacional de 52, Brasil una de 58 y Venezuela 60. Portugal, la luz del cabús de Europa occidental, clasificó en el lugar 23 (UNDP, 2003: Tabla 22).

 

Para 2012, y según una manera diferente de indexar[5], América Latina ciertamente no ha ascendido. Mientras que España está clasificada en el lugar 15 y Portugal en el 18, Cuba, como mejor país latinoamericano, tiene el lugar 63, Chile 66, Argentina 71, México 72, Brasil 85 y Venezuela 93 (UNDP, 2013: Tabla 4). Dado que los índices son tan diferentes, no puede considerarse concluyente una caída en rezago, solo que América Latina permanece muy por detrás de Europa latina. Pero ha habido igualdad; en 2001, la tasa de participación de la mano de obra femenina era en México 48% respecto a la de los hombres y en Brasil 52%, mientras que en 2011 fue de 55 y 74 por ciento, respectivamente. En Portugal se incrementó de 72 a 83 y en España de 57 a 77 (UNDP, 2003: Tabla 25; UNDP, 2012: Tabla 4). Por otra parte, la igualdad de género con respecto al salario, aunque es predominante, no ha sido universal, aparentemente en regresión en Argentina y Perú en los 2000, mientras que avance rápidamente en, por ejemplo, México, a partir de un nivel más bajo (CEPAL, 2009: Tabla 1.7.1).

 

Los aspectos raciales/étnicos de la inequidad existencial son un gran tema en el momento latinoamericano de igualdad. En el proceso de democratización post-militar, los pueblos indígenas “irrumpieron en la agenda de la democracia y el desarrollo”, como lo expresó la Comisión Económica de la ONU (CEPAL, 2006: 145). Esto debe verse en contraste con el telón de fondo de la Década internacional de los pueblos originarios del mundo 1994-2004, de la ONU, y la Declaración de los derechos de los pueblos originarios por la Asamblea General de la ONU (Kempf, 2007). Los movimientos y organizaciones originarios han llegado al poder en Bolivia, se han convertido en importantes fuerzas políticas en los otros países andinos, que no son desdeñables en casi toda la región, aun cuando en Brasil están confinados al Amazonas. Esta movilización y su reconocimiento en sí mismos son acciones en contra de la inequidad existencial. Pero para los pueblos originarios, la igualdad existencial no es solo un asunto de derechos civiles, sino también un reconocimiento de derechos territoriales históricos específicos, con frecuencia de una naturaleza sagrada, en contra de las compañías mineras y forestales o de construcción de carreteras. Todo esto se ha vuelto muy controvertido, aun en Bolivia y Ecuador, y en Guatemala la derecha blanca todavía gobierna.

 

Bajo la jerarquización de la inequidad racial/étnica en América Latina, por grados de color y aspecto, la discriminación puede ser menos violenta y humillante que la exclusión dicotómica practicada en Estados Unidos. Pero los desarrollos limitados educativos recientes y otros nacionales han llegado a significar severas desventajas socioeconómicas para las minorías étnicas latinoamericanas. Al inicio de la actual ola de igualdad (1998–2002), se ha estimado que, si los indígenas y los afrodescendientes tuvieran la misma escolaridad que las personas de ascendencia europea, la pobreza en los primeros grupos disminuiría de 58% a 39 en Bolivia, de 82% a 39 en Ecuador (en 1998), y de 72% a 51 en México. En este cálculo, la escolaridad fue menos significativa para la pobreza brasileña (UNDP, 2010: 36).

 

Los negros en Brasil tenían solo la mitad del ingreso de los blancos (53%) en 2005. Eso era progreso, de 1995, 48% (Soares et al., 2007: 408–9), pero por debajo de la razón de 62% de Estados Unidos en 2010 y 58% en 1980 (Noah, 2012: 44–5). La brecha de expectativa de vida ofrece una imagen diferente. En 1990, aun después de un fuerte incremento en 1980, la brecha brasileña entre blancos y negros era de aproximadamente seis años (Faerstein, 2008), a siete en Estados Unidos. Para 2010, la brecha en Brasil es de solo un año, mientras que permanece de 4.5 en Estados Unidos. Entre las mujeres brasileñas, la mezcla de raza era un pase para un año adicional de vida (Chiavegatto Filho et al., 2014; Center for Disease Control and Prevention, 2011) En Brasil, la equidad racial se mueve al centro del escenario, de manera mucho más pacífica que en Estados Unidos. Pero sus implicaciones potenciales son mucho mayores; en el censo de 2010 una mayoría de brasileños, 50.9%, se identificaban como afrodescendientes (CEPAL-CELADE, www.ecclac.cl/celade). Quedan por trabajar las implicaciones políticas. Por ejemplo, la ciudad predominantemente negra y café de El Salvador nunca ha tenido un alcalde de ascendencia africana, algo que ha sido una práctica usual en Washington, D.C. desde 1974.

 

Los años 2000 han sido testigos de una importante reducción de la pobreza en América Latina desde 44% de la población (según la definición de la CEPAL, una medida absoluta) en 2002 a 28% en 2012 (CEPAL, 2013a: Tabla 1.6.1). La mayor parte de ésta antes de que iniciara la crisis financiera del norte. En 2009, la tasa de pobreza estaba en 33 (CEPAL, 2012: 53). La reducción ocurrió en todos los países, pero fue más rápido en Ecuador, desde 62 a 32%, Bolivia (desde 64 a 36%), Venezuela, de 44 a 24%, Perú de 55 a 37%, y Argentina, de 26 a 4% (solo en áreas urbanas). Entre los países más grandes, la pobreza disminuyó de 38 a 19% en Brasil para 2001–12, pero en México el cambio positivo estuvo concentrado en el periodo 1998–2002, y entre 2002 y 2012 la indigencia de hecho se incrementó, de 12.6 a 14.2% de la población (CEPAL, 2013b: 87). La indigencia y la pobreza absoluta son las más altas en Honduras, Nicaragua y Guatemala, afectando a dos tercios de todos los hondureños y una mayoría de todos los guatemaltecos y nicaragüenses (CEPAL, 2013a: Tabla 1.6.1). La pobreza y la indigencia, empero, todavía estaban fuertemente inclinadas por raza/etnicidad. En 2011, 29% de los indigentes y 15% de los pobres no indigentes pertenecían a minorías étnicas, mientras que solo 6% de la gente con ingresos por encima de 1.5 veces la línea de pobreza pertenecían a estos grupos (CEPAL, 2012a: 60).

 

Aun después de una década de igualdad, América Latina continúa siendo una región de alta inequidad de ingresos. Solo un país, Uruguay, tenía un coeficiente Gini de inequidad por debajo de 40 (o 0.40) para 2012 (CEPAL, 2013b: Tabla 1A.3.). Eso es más desigual que cualquier país de Europa occidental, incluyendo Reino Unido y luego Japón, Corea del Sur y Taiwán (Therborn, 2013: 11–5). No obstante, la igualdad ha sido significativa. En varios países, el actual nivel de inequidad sin duda carece de precedentes, pero en Argentina está por encima del nivel de 1953, hacia el final del peronismo clásico. Las presidencias brasileñas de Lula y Dilma finalmente han regresado a su país al nivel de inequidad en 1960, antes de la andanada anti-igualitaria de la dictadura militar, con un índice de Gini alrededor de 50. La inequidad de ingresos mexicana aparenta ser menor que en 1950–63—entonces 50–55 en vez del actual cercano a 45—pero la razón mexicana 95/50 (de clase media alta a clase media), 4.5 en 2012, está bastante por encima de la razón de 1989, 4.4, al principio del clavado neoliberal en México (CEDLAS, 2014: tablas de inequidad; datos históricos de Weisshof, 1976: Tabla 2; y Fishlow, 1976: Tablas 1–2).

 

Tabla 2. Reducción de la inequidad del ingreso en América Latina, 2002–2012 (puntos del coeficiente de Gini)

Reducción fuerte

Bolivia

-14 (2011)

Reducción substanciosa

Argentina

Nicaragua

Venezuela

Ecuador

El Salvador

Perú

Uruguay

Brasil

-10

-10 (2001-9)

-10

-9

-9

-8

-8 (solo datos urbanos)

-7 (2001-12)

Reducción leve

Chile

Panamá

Colombia

República Dominicana

México

Honduras

Paraguay

-4 (2003-11)

-4

-3

-2

-2

-2 (2002-10)

-1 (2001-11)

Casos desviados de incremento de inequidad

Guatemala

Costa Rica

+4 (2002-6)

(+2) (comparabilidad incierta)

Fuente: (CEPAL, 2013b: Tabla 1.A.3).

 

Queda fuera del alcance de este capítulo de contextualización explicar este patrón, cuyas cifras deben ser leídas con un margen de error. Parece apuntar, ciertamente, a dos fuerzas diferentes. Una es claramente política: la radical Bolivia está en la parte alta, seguida por otros países con inclinación a la izquierda, y ocho de los nueve estados del extremo inferior están todos bajo regímenes conservadores/neoliberales. Las políticas de inclusión anti-racistas y de empoderamiento, los aumentos de salario mínimo, las políticas a favor de la clase obrera y las transferencias públicas dirigidas a gran escala se han empleado por los gobiernos de izquierda.

 

En segundo lugar, la fuerte muestra de Perú y El Salvador, cuya primera década del nuevo milenio ha incluido a presidentes de izquierda, aunque carentes de ambiciones igualitarias fuertes o de una base de poder y, quizá con mayor peso, el hecho de que la inequidad ha descendido incluso en la mayor parte de los países con regímenes conservadores articulados como Panamá, Colombia y México, indican que algo más está operando. Al menos para plantear el tema, sin que seamos capaces de resolverlo aquí, podemos referirnos a esta segunda fuerza explicativa del momento de igualdad latinoamericano como el patrón de crecimiento económico y desarrollo social de América Latina en el 2000. El descenso de la apropiación del ingreso por el diez por ciento más rico en casi todos los países difícilmente debe algo a las medidas redistributivas públicas en países como Perú y El Salvador y todavía menos en Brasil, México o Chile. En general, los sistemas fiscales latinoamericanos siguen siendo mucho menos progresistas y redistributivos que los de los países de la OECD, aun después de su ola neoliberal (OECD, 2014).

 

Dada la diversidad de las economías latinoamericanas, puede ser muy simplista hablar de “el” patrón regional de crecimiento. Sin embargo, tres rasgos parecen ser comunes. Desde mediados de los años noventa, América Latina ha tenido un fuerte desarrollo educativo, sin duda impulsado, en parte, por políticas progresistas, pero también como indicación de un cambio social más amplio, y un dividendo democrático tras las dictaduras, visible muy claramente en el caso de Brasil (O Globo 13.10.2013: 3). La más robusta ecualización de la educación se ha registrado en El Salvador, seguido por México y Brasil (Cornia y Martorano, 2010: Figura 5). Los estudios econométricos también han encontrado que los retornos del ingreso a las credenciales educativas en general han declinado en América Latina en la primera década de los 2000 (Barros, 2010; Cornia y Martorano, 2010; Gasparini y Lustig, 2011; Lustig et al., 2012). Una enorme expansión de la educación fue, por supuesto, un importante rasgo del momento de igualdad en el norte, desde fines de 1940 hasta 1970.

 

En segundo lugar, en contraste con Estados Unidos, Reino Unido y Suecia, tres países de inequidad acelerada, aunque a velocidades notablemente diferentes, el sector financiero no parece haber crecido en importancia en América Latina, quizá una lección de crisis previas. El rápido crecimiento de la economía real puede haber desplazado al sector financiero del rol de conductor. Empero, son escasos los datos distributivos sobre finanzas e ingreso de capital en América Latina.

 

En tercer lugar, el auge hemisférico de las mercancías, el motor del crecimiento, no pone un énfasis adicional en las credenciales educativas, aunque es frecuente que genere una apropiación oligárquica de la renta. Nuevamente, en esta instancia, la democratización reciente, impulsada por movimientos sociales masivos, probablemente ha desempeñado un papel positivo.

 

Pero también deben operar los diferenciales nacionales aparte de las políticas públicas de redistribución. En Centroamérica, por ejemplo, las remesas de los migrantes probablemente se han canalizado diferente en El Salvador en comparación con Guatemala y Honduras.

 

¿Cómo luce la igualdad latinoamericana del ingreso en comparación con la experiencia del norte? Entre 1947 y 1980, el coeficiente Gini de Suecia (de ingreso disponible, tras impuestos y contribuciones) descendió en unos diez puntos, de 30 a 20 (Björklund y Jäntti, 2011: 35, 38), más o menos lo mismo que en Nicaragua y Venezuela, pero se distribuyó en más de tres décadas, en vez de una o menos. Ahora, son raros los coeficientes Gini históricos, pero están disponibles algunos datos comparables sobre las proporciones de ingresos por deciles.

 

El actual momento latinoamericano resalta bastante bien en una comparación histórica con la experiencia del norte, y Bolivia resalta como un faro. Ha puesto de cabeza la reciente experiencia estadounidense; en Bolivia, todos los deciles excepto el más alto, incrementaron su proporción del ingreso nacional. Los números absolutos han de utilizarse con una cantidad generosa de sal. Los datos históricos de distribución del ingreso tienen una frágil comparabilidad.

 

En Reino Unido, la porción del ingreso después de impuestos del diez por ciento superior descendió por cuatro puntos porcentuales entre 1949 y 1974, a 24.8% del total (Hills, 2004: 27), un nivel todavía bastante lejano en América Latina. Solo en Uruguay (28%) reclamó el decil más rico menos del 30% del ingreso nacional, en Venezuela justo treinta, en México apenas por debajo de cuarenta, mientras que en Chile y Brasil bastante por encima (CEPAL, 2013a: Table 1.6.3).

 

Tabla 3. Momentos de igualdad comparados, en países del norte 1950–70, países latinoamericanos 2000– 2012: Cambio en la apropiación del ingreso nacional por el diez por ciento más próspero (porción de reducción en puntos porcentuales)

Francia

Alemania occidental

Suecia

Reino Unido

Japón

Estados Unidos

Argentina

Bolivia

Brasil

Chile

Ecuador

México

Nicaragua

Venezuela

6.9

2.3

4.8

5.7

1.9a

0.5b

6.4c

16.0

6.6

4.0

9.8

3.8

9.8

5.0

Notas: a. 1960–1970; b. 1950–60: 1.9; c. solo áreas urbanas. Fuentes: Europa, Japón, Estados Unidos: (Kaelble, 2007: 213).

 

 

La apertura, los logros y los límites

 

La “hora de igualdad” en América Latina (CEPAL) 2001/2-2013 fue única en la historia mundial contemporánea, tanto política como económicamente. Políticamente, en el impacto socioeconómico sin igual de la izquierda latinoamericana, prácticamente aislada en la nueva izquierda global, radical y creativa del siglo XXI, al dejar un legado más sustancial que memorias. Económicamente, al reducir significativamente la inequidad económica en una época en que incrementar la inequidad es una tendencia global, desde Suecia a la India y China mediante Estados Unidos.

 

El impacto igualitario de la izquierda latinoamericana puede explicarse sintéticamente por su fuerza coyuntural, y por la debilidad y la deslegitimación de las instituciones del poder del Estado. En torno a los 2000, la izquierda latinoamericana era parte de una amplia corriente democrática que surge de las ruinas de las fallidas dictaduras militares. En Brasil, el primer nuevo partido obrero de importancia en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial se fundó a partir de las luchas industriales en Sao Paulo en los años finales del gobierno militar. En Bolivia, los esquemas experimentales, impulsados por Estados Unidos, de privatización neoliberal, se presentaron en contra de los movimientos indígenas populares emergentes, venciendo en su “guerra del agua” y “guerra del gas”. En el lado opuesto, en varios países, el neoliberalismo con ropajes democráticos se ha derrumbado en varios países, en Venezuela en una masacre en contra de quienes protestaban, el Caracazo, en l989, en Ecuador, en Bolivia, en Argentina 2001, causando una ruptura de la política existente. En los primeros tres países colapsaron los regímenes existentes, fueron seguidos por nuevas fuerzas de izquierda, uniéndose pronto para representar un “Socialismo del siglo XXI”. Argentina vio una trayectoria diferente al impacto de la izquierda. Las amplias protestas en contra del neoliberalismo y su conjunto político se canalizaron en una fuerza política existente, el peronismo de izquierda. En Brasil la ruptura fue sociológica, más que institucional, un líder sindical fue electo presidente, llevado por un partido de trabajadores.

 

En los países ricos, la fuerza y los mecanismos institucionales de la democracia capitalista desgastaron los desafíos de principios del siglo XXI, no solo por medio del siempre marginal movimiento ocupa, sino también las masas de jóvenes indignados de Europa latina y la breve emergencia de la corriente radical Corbyn del partido laborista británico. La Unión Europea estranguló al gobierno griego de izquierda de Syriza.

 

La primavera árabe fue reprimida, los movimientos de protesta antineoliberales africanos militantes naufragaron, con excepción de conservar algunos subsidios petroleros y las grandes huelgas en la India e Indonesia, confrontadas por gobiernos de derecha bien establecidos, acabaron en nada, con excepción del status quo en la India – en vez del deterioro propuesto de los precios agrícolas.

 

La década igualitaria de principios del siglo XXI en América Latina tiene que verse en el contexto de este poder exclusivo de la izquierda. Sin éste, la primera no habría sucedido. Sin embargo, como se mostró antes, la igualdad latinoamericana fue más amplia que el alcance de los gobiernos de izquierda. Hubo una caída hemisférica de la inequidad en el ingreso, incluyendo cambios substanciales en países como Perú y República Dominicana. La igualdad latinoamericana montó en una ola de incremento de precios de las mercancías y de crecimiento económico, que una amplia coyuntura política de izquierda tendió a inclinar en una dirección igualitaria.

 

La curva de igualdad latinoamericana de principios del siglo XXI tiene la forma de una J invertida. Como promedio regional, la reducción de la desigualdad comenzó desde 2001 (en el campo) y en 2002 (en las ciudades) y continuó hasta 2014 (con unos cuantos altibajos temporales en el campo). Luego se estancó – en general con algunas variaciones nacionales -, ascendiendo ligeramente en 2020-21. (Cepalstat Social Indicators, 2023). Su carácter momentáneo es captado correctamente por un análisis brasileño: “después de 2000, la desigualdad se redujo cada año hasta 2014 […] desde el primer cuarto de 2015, cada variación anual mostró un incremento en la desigualdad, hasta el tercer cuarto de 2019” (Neri 2021: 113-4). La curva de J invertida se especifica en la siguiente tabla.

 

Tabla 4. Porción del ingreso nacional que se apropia el diez por ciento superior, 2002-2022. En porcentaje.

 

2002

2012

2022

Argentina

41

30

29

Bolivia

44

26a

30

Brasil

47b

41

41

Chile

40

37.5b

35

Colombia

38

34.5

44.5

Ecuador

34

28

34.5

México

33

30

35

Perú

33.5

28

31.5

Venezuela

31

24

s.d.

Notas. a. 2011. b. 2001.

Fuentes: CEPAL, Social Panorama of Latin America 2013 tabla 1: a.2; idem, Panorama social de América Latina y del Caribe 2023, tabla Gráfico 1.5.

 

La trayectoria latinoamericana de la pobreza es similar seguida por la desigualdad. La tasa de pobreza regional se redujo de 45% en 2002 a 28 % en 2014, subió luego ligeramente, terminando en 29 por ciento in 2023. La pobreza extrema caracterizaba al 12 por ciento de los latinoamericanos en 2002, bajó a 8 por ciento en 2014, llegando a 11% en 2023 (CEPAL 2023, Gráfico 3).

 

Los cambios, en ambas direcciones, fueron registrados por la opinión pública. En 2001, el 89 por ciento de los latinoamericanos consideraba injusta la distribución existente del ingreso. En el cuarto de siglo entre l997 y 2020, el número de críticos alcanzó su punto más bajo en 2013, con 73 por ciento, y en 2020 estaban subiendo, en 81%. Solo en dos países el descontento igualitario fue alguna vez minoritario, Ecuador en 2013, 39%, y en 2015, antes de subir a 86 en 2018. El otro país era Venezuela, 41% en 2007, con el 93% que consideraba injusticia de ingresos en 2018. El descontento se vio reducido significativamente por un tiempo breve también en Bolivia (53% en 2013), Nicaragua (55% en 2013) y El Salvador, 58% en 2020. En Argentina y Brasil nunca bajo de 75%, en México nunca debajo del 72 por ciento (Cepalstat 2023, Demographic and social indicators).

 

La Hora de Igualdad en América latina pegó por una combinación de razones políticas y económicas, y terminó por los cambios en el equilibrio de las mismas combinaciones. Económicamente, en 2013 el PIB latinoamericano per cápita dejó de crecer. Tras el estancamiento neoliberal por las caídas en 1997-2002 había crecido continuadamente – exceptuando un breve valle en 2009 en el inicio de la crisis del capitalismo central de 2008. El crecimiento y su final fueron conducidos en buena parte por los mercados mundiales, por los precios de las exportaciones de petróleo, minerales y alimentos en aumento hasta 2009, cayendo desde la segunda mitad del 2014. El precio del petróleo en el mercado mundial estaba en $95 por barril al principio de 2014, terminando el año en $55, hundiéndose a promedios anuales de 49 y 43 dólares en 2015-16, respectivamente (Crude Oil Prices - 70 Year Historical Chart | MacroTrends). Para un país completamente dependiente del petróleo, como Venezuela, esto era un desastre natural, y su PIB comenzó a caer en picada, para ser reducido aún más por las “sanciones” de parte de Estados Unidos.

 

Por sí mismo, el crecimiento económico no reduce la desigualdad económica, puede igualmente derivar en un incremento, como en las economías contemporáneas de alto crecimiento en Asia. Pero el crecimiento equivale a más recursos para políticas igualitarias, si existe una voluntad política. También facilita las tensiones sociales, facilita los compromisos de clase, y proporciona apoyo para los gobiernos vigentes. Los gobiernos de izquierda de principios del siglo en América Latina emplearon una serie de diferentes políticas para propósitos igualitarios. Entre ellos estuvieron aumentar sustantivamente el salario mínimo legal, apoyar a los sindicatos y los derechos de la clase obrera; la expansión de los servicios públicos, de la educación – incluyendo la introducción de cuotas raciales en Brasil – y salud; beneficios dirigidos a los pobres; expansión de los derechos sociales y protección, por ejemplo, introduciendo pensiones en Bolivia. (Campos-Vazquez et al. 2021; Cornia 2018; Lustig et al. 2012; Neri 2021) Hemos visto antes (tablas 2 y 3) que la reducción de la inequidad en América Latina en este periodo (2001-2013) equivale bastante bien en comparación con la igualdad de la postguerra en Europa occidental, pero dadas las alturas andinas de inicio de la inequidad, no fue muy lejos antes de detenerse y en varios casos revertida. No tocó el ingreso de capital, no cambió el sistema tributario, que sigue siendo claramente regresivo (Fisher-Post y Gethin 2023), y tuvo un efecto limitado en la “informalidad” persistente más allá de los derechos y los impuestos (directos), subiendo aun al 49 por ciento de los trabajadores no agrícolas, ligeramente por encima del punto bajo de 2013, 47%. El 60% de los trabajadores informales recibieron en 2022 menos del salario mínimo legal, e incluso un 15% de los trabajadores empleados “formalmente” no reciben el salario mínimo correcto (CEPAL 2015: 14; CEPAL 2023a: 113). Con excepción de la desastrosa “guerra económica contra la burguesía” iniciada por Chávez en 2010, el carácter económicamente disfuncional del capitalismo latinoamericano no fue tocado, ni pudo ser tocado (véase el análisis del PNUD al que nos referimos abajo).

 

El deterioro del clima económico, agravado por la mala administración o lo errores gubernamentales – p. ej., en la política monetaria o la inflación – alejó parte del apoyo popular para los gobiernos de izquierda e incrementó la polarización social. La nueva y endeudad “clase media” vio detenerse sus precarios avances socioeconómicos en 2002-2009 (Cornia 2018) y se convirtió en una amplia base para la movilización de derecha, con mayor fuerza, radicalidad y éxito en Brasil, derrocando al gobierno en 2016.

 

La igualdad en América Latina y los gobiernos de izquierda o centro siempre estuvieron bajo agresivos ataques de parte de las clases privilegiadas, los medios corporativos y la fauna rica de los partidos y organizaciones de derecha. Los heterogéneos proyectos gubernamentales de izquierda de principios del siglo XXI finalmente fueron derrotados de diversas maneras. Dos de ellos perdieron su significado de izquierda. La Nicaragua sandinista se convirtió en una dictadura crecientemente personal bajo Daniel Ortega y su esposa. Tras la muerte, en 2013, de Hugo Chávez – líder informal y espíritu guía creativo de la izquierda radical latinoamericana – el chavismo en Venezuela se convirtió en poco más que un instrumento para aferrarse al poder en el país abrumado por la crisis de parte de Nicolás Maduro y su camarilla. La “Revolución Ciudadana” en Ecuador abrió un camino de cambio social durante los dos periodos presidenciales de Rafael Correa, pero fue traicionado por el sucesor designado de éste, quien dio un giro de 180 grados a las políticas e intentó encarcelar a Correa. Un amargo conflicto entre la organización indígena líder y el correísmo ha generado un espacio para que la alta burguesía tradicional movilice suficiente apoyo popular para dejar fuera del gobierno a la corriente de la reforma radical en dos gobiernos subsecuentes. La segunda revolución electoral en Bolivia, tras la de l952, ha logrado a la vez superar el antiguo colonialismo de asentamiento rumbo a una nueva república “plurinacional” y avanzar en la igualdad sustancial, macroeconómicamente, del ingreso en el que fuera el país más desigual de América Latina. Pero el proyecto se desarticuló cuando su líder carismático Evo Morales insistió en pasar por alto una prohibición constitucional de un tercer periodo presidencial. Aun cuando ganó la elección, las protestas masivas y la negativa del ejército a apoyarlo abrieron el camino para un golpe de la extrema derecha y la extrema blancura en 2019. En Argentina, la pareja peronista de izquierda Néstor y Cristina Kirschner ofrecieron un constructivo canal constitucional para salir de las protestas anarquistas en contra del desplome neoliberal en 2001. Pero el segundo periodo de gobierno electo de Cristina no tuvo éxito y abrió la oportunidad para el primer presidente de derecha electo democráticamente en la historia de Argentina. Al igual que Correa en Ecuador, ella sigue como líder de fieles seguidores que equivalen al 30-40 por ciento de la población, pero encajonados en una posición minoritaria de la que es muy difícil escapar. El final en Brasil siguió otra ruta distinta, por la recusa de la presidenta Rousseff y el encarcelamiento del expresidente Lula. Los procesos judiciales fueron absurdos y grotescos, a los ojos de la opinión informada internacional. La constelación que derrocó a un proyecto de reforma social moderada consistió en: una corriente militante dentro del poder judicial, un coro agresivo de medios de comunicación de derecha, un Congreso dominado por la derecha de miembros corruptos, incitados todos por al menos dos movimientos callejeros de ultraderecha que siguieron la señal de un movimiento anarquista a favor del transporte público gratuito. El estilo del evento puede captarse por el proceso de recusa que se realizó por el presidente y Bolsonaro y otros que dedicaron su voto a los torturadores de la dictadura militar de l960-l970 y conducido por el líder de la cámara, que poco después fue encarcelado por corrupción.

 

La Hora de Igualdad, fue un evento importante en la historia latinoamericana. La curva en J invertida de sus logros indica que impactó duradera y progresivamente en las sociedades del hemisferio. Terminó en una interrupción derrotada, pero habría de interpretarse como parte de un ciclo recurrente de derecha e izquierda y de ciclicidad desigual. Mientras el momento de igualdad perdía aliento, Andrés Manuel López Obrador y sus cuadros recorrían todo México, estableciendo a MORENA como un movimiento de masas y en la base de una mayoría parlamentaria regionalmente sui-generis de centro izquierda. En otras palabras, la historia no termina con la derrota de último momento. También puede comenzar con el avance más reciente.

 

 

Prospectos de la (in)equidad latinoamericana

 

Tras las derrotas de fines de los 2010, la América Latina actual tiene una nueva cohorte de gobiernos progresistas. Dos derrotados han regresado, en Bolivia y Brasil, se han sumado algunos nuevos, en Chile, Colombia, Guatemala y México. La curva en forma de J invertida de los logros de la primera década del siglo ha dejado a la mayor parte de los países (siendo Venezuela la excepción) un tanto mejor que en 2000. Empero, los prospectos de mayores avances hacia menos pobreza y más igualdad no se ven muy luminosos para el futuro cercano. El crecimiento económico permanecerá bajo y América Latina no está bien preparada para un mundo posterior a los combustibles fósiles y su creciente revolución digital. La redistribución económica, por ende, probablemente será más controvertida y difícil.

 

El capitalismo jerárquico y oligopólico de América Latina es ineficiente y poco competitivo. La productividad total por factor ha estado estancada o incluso ha sido negativa durante décadas. De haber crecido como el promedio del resto del mundo entre 1962-2017, el PIB per cápita latinoamericano habría sido 50% superior a lo que es (UNDP/PNUD 2021: 60). En vez de aprovechar una productividad ascendente, las firmas de América Latina han incrementado su riqueza arreglándoselas para conservar enormes márgenes de ganancia en sus ventas en comparación con las firmas en otros países (UNDP/PNUD 2021: 10). Debido a eso, América Latina sigue una tendencia de largo aliento desde 1951 de crecimiento económico decreciente (CEPAL 2023: 16), del cual la tasa de crecimiento del momento igualitario también constituyó un paso.

 

Las implicaciones para América Latina del giro mundial de la globalización neoliberal a la geopolítica imperial son inciertas, pero pueden dar mayor legitimidad a las políticas nacionales incluyentes. Empero, muchos presidentes y gobiernos progresistas se enfrentan con mayorías de derecha en el Congreso, a veces ferozmente hostiles, como en Guatemala. El persistente legado de Bolsonaro, aunque un tanto limitado, y el ascenso de Kast en Chile y Milei en Argentina dan testimonio de la radicalización y la fuerza de movilización de la derecha. El desarrollo a corto plazo de la coyuntura política regional depende en buena parte del resultado del gobierno de extrema derecha en Argentina y la capacidad “transformadora” de un segundo gobierno de Morena en México, además de las habilidades negociadoras del principal negociador de la región, el presidente Lula de Brasil. De cualquier modo, a final de cuentas, el futuro de la (in)equidad latinoamericana será decidida por la fuerza y la capacidad de las clases populares.

 

 

Conclusiones de limitada definitividad

La primera década del siglo XXI ha significado un momento luminoso de igualdad en la historia de América Latina. A la luz de la historia global, el logro latinoamericano de los años 2000 es de proporciones bastante respetables, y comparable con los “Trente Glorieuses” en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. En la oscuridad contemporánea de inequidad económica acelerada, América Latina ha proporcionado prácticamente el único rayo de luz. Casi por sí sola en el mundo, ha demostrado la posibilidad de igualdad.

 

La mayoría de los avances se han realizado respecto a la igualdad existencial, de los pueblos originarios, de las mujeres y de los afro-descendientes, principalmente. Una parte de la igualdad vital parece haberse suscitado, pero todavía no queda claro qué tanto y qué tan generalizada ha sido. La inequidad económica se ha reducido en América Latina, mientras que ha aumentado en el resto del mundo.

 

Pero la inequidad hemisférica todavía opera en niveles andinos, muy por encima de cualquier país europeo, incluso de la Rusia capitalista. El actual bombo de una “clase media emergente” obscurece las inequidades persistentes en la región. La razón de 95/50 de ingreso entre el inicio de la clase alta (el percentil 95) y quien tiene ingresos medianos de la clase media, actualmente en 4.6 para Brasil y 4.5 para México, es aún más alta de lo que fue para el Reino alemán de l913 (con 3.8 veces la mediana) (Flora l987: 652). Y, ¿qué tipo de “sociedad de clase media” es Brasil, cuando el ingreso “típico” de la “clase media tradicional” es más de diez veces el ingreso de quienes perciben el salario mínimo? (Singer 2014: 29).

 

¿Conservarán su impulso los esfuerzos por la igualdad? Es aquí en donde una conclusión se desliza a la ambigüedad. La experiencia europea de la posguerra no constituyó un avance general en línea recta. Incluyó una gran variación internacional y un camino accidentado a lo largo del tiempo, con diversos altibajos y con valles de avance lento. Parece razonable esperar una complejidad similar en la América Latina del siglo XXI.

 

El momento hemisférico de igualdad sigue actualmente. Los nuevos movimientos de protesta igualitarios, por ejemplo, en Brasil y Chile, han incidido en su impulso, a la vez que han hecho temblar a los gobiernos de izquierda. Sea como sea, la parte fácil de un proceso profundo de ecualización está por terminar, la reducción de la pobreza extrema, que cabalga en una ola de ira popular sobre los restos del neoliberalismo, y sostenida por una enorme demanda china de materias primas. Los privilegios de la clase alta todavía están intactos, los contextos políticos se están tornando más complicados, y el auge de los precios de las mercancías impulsado por China está rodeado de incertidumbre.

 

Ya en 2012 había indicios de estancamiento del proceso económico de igualdad, tanto en los países más grandes, Brasil y México, como en dos de los tres estados radicales, Ecuador y Venezuela (CEPAL 2013b: Tablas 1A.1–3). Desde entonces, la crisis económica, así como la crisis política de Venezuela se ha profundizado, y Argentina se ve empujada a incumplir el pago de la deuda, lo que implicará serios problemas económicos, de parte de actores hostiles de Estados Unidos, los fondos zopilotes y el poder judicial de Estados Unidos.

 

Por otra parte, hasta el momento, siguen invictos todos los gobiernos y movimientos igualitarios que han impulsado el momento latinoamericano de igualdad en el continente. Pero todas son democracias plenamente operativas de elecciones libres y la mejor definición de una elección democrática es que su resultado es incierto. La única conclusión segura mientras escribo es que el momento de igualdad latinoamericano no ha terminado.

 

 

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[1] La primera parte de este artículo fue escrita para un proyecto de investigación internacional y se publicó como parte del libro de Barbara Fraits y Lena Lavinas (eds.). A Moment of Equality for Latin America? Challenges for Redistribution. New York: Routledge, 2016. La Segunda parte fue escrita en 2024 para la revista Vínculos. Sociología, análisis y opinion. Traducción al español a cargo de Luis Rodolfo Morán Quiroz.

[2] Tuvieron su momento más tarde, en 1985-2007, tras la democratización y la adhesión a la UE, inspirados por el «modelo social europeo». Sobre el caso ibérico, véase además Huber y Stephens (2012: 221 y ss., 251).

[3] Sin embargo, el gasto social mexicano está algo subestimado, ya que no se incluye el de los gobiernos regionales (CEPAL, 2013b: 193), pero el país está bastante por debajo de la media latinoamericana (CEPAL, 2013b: 194).

[4] Cristina Laurell, especialista mexicana en salud pública y consultora ocasional del gobierno venezolano, comunicación verbal, agosto de 2014.

[5] El primer índice incluía la esperanza de vida al nacer, la alfabetización de adultos, la escolarización general y los ingresos salariales estimados. El segundo incluía las tasas de mortalidad materna, las tasas de fecundidad adolescente, los escaños en el parlamento, la proporción de personas con al menos educación secundaria y las tasas de participación en la población activa. No es evidente que el cambio suponga una mejora.